La creación en Génesis 1 y 2

El fundamento para comprender la creación, desde la perspectiva bíblica, es Génesis 1 y 2. Negar la historicidad y la literalidad de ambos capítulos, es echar por tierra la verdad acerca de nuestros orígenes.

Dios: la persona principal de la creación

Génesis 1:1 es categórico: el universo, incluyendo el planeta tierra, fue creado por Dios. En este versículo y en todo el capítulo, no existe ningún indicio de que todo lo que existe haya sido producto de una catástrofe, o que fue el resultado de la evolución. Este énfasis, de Dios como creador, se revela en las palabras Elohīm y bārā’.

En primer lugar, el término hebreo para Dios es Elohīm. Esta palabra aparece 32 veces en todo el capítulo 1, señalando que la persona principal del registro de la creación es Dios mismo; esto se corrobora en los verbos que aparecen, cuyo único sujeto es el creador. Mérling Alomía señala: “Salta a la vista que en el relato el autor quiere certificar la creación pero, sobre todo, engrandecer a su Creador”.[1]

En segundo lugar, la palabra hebrea para “crear” es bārā’. Este término aparece 46 veces en el Antiguo Testamento y, generalmente, revela la acción divina de crear algo de la nada. Según Gén. 1, el creador no necesitó de una gran explosión para crear el planeta tierra, ni recurrió a la evolución para crear a la humanidad. Bastaba únicamente su voz y poder para dar vida a cada criatura.

Los días de la creación

Génesis 1 afirma que Dios creó el planeta tierra y sus habitantes en seis días de 24 horas cada uno. Sin embargo, muchos han propuesto que no serían días literales, sino que cada día fue equivalente a mil años respectivamente. ¿Realmente los “días que registra el primer capítulo de la Biblia son milenios? Un estudio textual de este capítulo revela que no. Presentaremos cinco razones:

  1. En hebreo, cuando un adjetivo numeral está junto a la palabra “día” (yōm), siempre se refiere a un día de 24 horas. Este es el caso de Gén. 1, donde varias veces registra “un día”, “día segundo”, etc. (vv. 5, 8, 13, 19, 23, 31; 2:2).
  2. Al finalizar cada versículo, en cada día de la creación, siempre se registran las palabras “tarde y mañana” (èrèb/boqèr; ver, 1:5, 8, 13, 19, 23, 31). En la Escritura, ambos términos se refieren a un día de 24 horas (Ex 16:12; 1 S 17:16). Asimismo, “tarde y mañana”, en Gén. 1, está en singular, dando a entender que se refiere a un día completo. Gerhard Hasel concluye: “‘tarde y mañana’ es una expresión temporal que define cada ‘día’ de la creación como un día literal. No puede adjudicársele ningún otro significado fuera de este”.[2]
  3. El sábado, instituido en el Edén, revela que los demás días también fueron de 24 horas. ¿Por qué Dios tendría que pedirnos que guardemos el día sábado, si este iba a durar mil años?
  4. El capítulo en estudio registra elementos que confirman la literalidad de los días de la creación. Por ejemplo, Moisés escribió: “y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche” (v. 5). En los vv. 12 al 15, Dios dijo que haría las lumbreras y las estrellas para “separar el día de la noche” y estas “sirvan de señales para las estaciones, para días y años […] Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche”. Entonces, surge una pregunta, ¿por qué Dios pondría esas lumbreras, las cuales separarían el día de la noche, si cada día supuestamente equivaldría a mil años? En Génesis 1 no hay elementos de tiempo mayores. Al contrario, registra términos como “tarde”, “mañana”, “día”, “noche”, dando a conocer que los días de la creación fueron literales.
  5. Es importante reconocer la sabiduría infinita y la omnipotencia de Dios. Él es capaz de crear en un instante (cf. Sal 33:9).
La perfección de la creación

Génesis 1 enfatiza que Dios hizo todo “bueno en gran manera”. En todo el capítulo aparece cinco veces la oración “Y vio Dios que era bueno” [wayare’ ‘Elohīm kí tōb] (vv. 10, 12, 18, 21, 25), mostrando que Dios, al terminar la creación de cada día, supervisó y confirmó que todo era perfecto. El clímax se nota en el v. 31, donde dice que todo era “bueno en gran manera”.

En Génesis 1 no existen elementos evolutivos. Una evolución, de lo imperfecto a lo perfecto, es contraria a lo que dice la Palabra de Dios. Si hoy en día vemos seres imperfectos, es por causa del pecado.

¿Qué del ser humano en Génesis 2? El ser humano es la corona de la creación. Sin su existencia, lo creado por Dios en la tierra no tendría sentido. Sin embargo, el más grande desafío que tiene el creacionismo se relaciona con el origen del hombre. Muchos creen que él evolucionó. Para responder a este desafío, es necesario saber qué dice el texto bíblico.

El hombre: varón y mujer (Gén. 1:26)

El autor de Génesis escribió el relato de la creación de lo general a lo particular. Él comienza señalando la creación del universo (1:1), luego la creación del planeta tierra (1:3-2:3), después la existencia de los seres vivos (1:24), enfocándose en la raza humana (1:26); por último, revela la institución del sábado (2:2-3).

Los caps. 1 y 2 de Génesis son complementarios, más no son contradictorios. En el cap. 1 se sintetiza la creación; en el cap. 2 se amplía lo que sucedió en el sexto día, centrándose en la creación del ser humano.

Génesis 1 y 2 revelan que Dios hizo primero al varón y luego creó a la mujer. Por el orden de creación –animales, varón y mujer– algunos teólogos han propuesto que la mujer fue el ser más importante de la creación. No obstante, un estudio contextual permite concluir que la corona de la creación no se limita a uno de los dos sexos, por el contrario, incluye al varón y a la mujer. La corona de la creación fue la humanidad, el matrimonio, la unión de ambos sexos como esposos.

Génesis 1:26 y 27 revela que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. El v. 26 registra: “Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Algunos han sugerido que la palabra “hombre”, en este versículo, se refiere exclusivamente al varón. Sin embargo, un análisis textual no permite aceptar esta interpretación.

Para la palabra “hombre”, en hebreo se utilizan dos términos: ‘ādām e īš. La primera palabra, ‘ādām, denota la humanidad en general, que incluye la mujer y el varón. También puede traducirse como “humanidad”, “raza humana”. Este término no especifica el sexo, sino la raza (humana).

La segunda palabra –īš– sí señala el sexo y no la raza. La mejor traducción para este término hebreo es “varón”, y no “hombre”. īš se refiere al sexo masculino, no a la humanidad en general.

Es interesante notar que, en el texto hebreo del v. 26, no aparece el sustantivo īš, sino ‘ādām; dando a conocer que en el sexto día Dios creó a la humanidad. Esta interpretación es explícita en Gén. 1:27, donde dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó”. Por tanto, en este capítulo, el varón no es la imagen de Dios; la humanidad –varón y mujer– es la imagen divina. Según Víctor Armenteros, “El ser completo, la imagen de Dios, el Hombre, es la combinación de lo masculino y lo femenino”.[3] Para Gerhard Hasel, se descarta la “distinción entre los sexos en términos de superioridad o subordinación”.[4] Penosamente, esta igualdad “fue dañada y distorsionada por la caída”.[5]

El ser humano: un alma viviente

Génesis 1:26-27 y 2:7-25 revelan que el ser humano vino de las manos de Dios y fue creado perfecto. Paul House tiene razón al señalar que “la vida del hombre vino directamente de Dios, no de algún proceso de la naturaleza”.[6] Cualquier elemento evolutivo es contrario al registro bíblico.

Génesis 2 revela que el ser humano es un ser holístico, con capacidades físicas, mentales y sociales; sobre todo, con la capacidad de comunicarse con su creador. El Señor no hizo máquinas; al contrario, la humanidad fue creada con la capacidad de pensar, sentir y actuar libremente.

Dios, con el polvo de la tierra (carne) y el soplo de vida (espíritu [considerado como un “símbolo de la fuerza vital”]), creó a un “ser viviente” (Gén. 2:7 [nèfèsh jayyâh]). Es interesante que la palabra ser, en hebreo, equivale al término alma. En otras palabras, Dios creó un alma viviente, compuesto holísticamente por espíritu y carne. El ser humano no tiene un alma, él es un alma. Según Aecio Cairus, “en Génesis 2:7 el sentido general de la combinación nefesh jayyâh es ‘un ser viviente animado’. El hombre es un alma, en vez de tener un alma”.[7] Es importante considerar que el único ser inmortal, incondicionalmente, es Dios (1 Ti 6:16); por tanto, no existe “alma inmortal”. La persona, cuando muere, descansa, y su cuerpo vuelve al polvo de la tierra y su espíritu regresa a Dios (cf. Ecl 9:4-6; 12:7).


Referencias:

[1]“Génesis 1: nuestros orígenes como lo reveló YHWH a Moisés”, en “Y Moisés escribió las palabras de YHWH”, ed. Mérling Alomía (Lima: Ediciones Theologika, 2004), 5.

[2]“The ‘Days’ of Creation in Genesis 1: Literal ‘Days’ or Figurative ‘Periods/Epochs’ of Time?”, en Creation, Catastrophe & Calvary, ed. John T. Baldwin (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2000), 60. Ver también, Richard Davidson, “In the Beginning: How to Interpret Genesis 1?”, Dialogue 6, no. 3 (1994): 9-12.

[3]“‘Una sola carne’: reflexiones sobre una antropología conyugal”, DavarLogos 6, no. 1 (2007): 94.

[4]“Man and Woman in Genesis 1-3”, en Symposium on the Role of Women in the Church (Berrien Spring, MI: Biblical Research Institute, 1984), 10.

[5]William Shea, “Creación”, en Tratado de teología adventista del séptimo día, ed. George Reid, trad. Tulio N. Peverini, et al (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), 479. En adelante TTA.

[6]“Creation in Old Testament Theology”, Southern Baptist Journal of Theology 5, no. 3 (2001): 8.

[7]“Hombre”, TTA, 242.